domingo, 25 de abril de 2010

locura

Pero de todo el calor que irradian las venas y de toda la gloria que resta sin pena, yo he de advertirles, deberán huir, los monos más santos son monos al fin. Existen copos plateados de aire solidificado estallando en la punta de la vida del pasto: debemos ser como ellos. Atraer a nosotros solamente el silencio, y redimirnos por todos los pecados, que tarde o temprano habrán terminado, o salir, a jugar en la calle, con la mente en calma y el sudor indeseable, o no, o no salir más, y quedarnos tranquilos viendo a otros jugar, o respirar, o bailar bien hondo, o escupirle al cielo una frase de odio, y renacer, siempre reencarnar, siempre conocer el fin de todo mal, y la locura que acompaña al proceso, peregrinando a nuestro lado con deseo manifiesto, de reír, reírse de nuestro malestar, y transformarnos despacio en ella y construirle un altar, donde los locos, como nosotros, que eligieron cargar la cruz, puedan rezar a diario y amar como Jesús, y salir de la enfermedad, y caminar hasta la luz, y liberar a los tormentos de su caja de bambú donde la encerró un alemán como una antigua reliquia sin saber que se trataba de la mismísima alegría, y sonreír, sonreírle a la muerte, cuando llegue nuestra hermana a empujarnos hacia el frente, y caminar, sin dolores ni apuros, por la cuerda majestuosa de la libertad.